miércoles, noviembre 05, 2008

Adiós

Crucé el umbral… Ignorante de aquello que me aguardaba. Apenas llegué a verlo, me acerqué renuente a la cama, al borde mismo, ¿puede uno penetrar?
Dormía, parecía apacible. Yo lo miraba, recorría con mis ojos sorprendidos los rasgos, el cabello, las arrugas… ¿Era él? Porque infructuosamente mi mirada lo buscaba en ese cuerpo que reposaba, dormitaba ¿Esperaba?
En un segundo se movió muy, muy poquito, lo suficiente para cambiar de posición y pasar a otra igual, al menos para mí. Y yo aguardaba junto a él…Junto con él. Abrió los ojos. Transitó con la vista una porción pequeña de la habitación hasta que dio conmigo.
Lo abracé, ¿qué otra cosa podía hacer en esas circunstancias?
El pecho se me quebraba y temí por un segundo que lo escuchase, que comprendiese, que tomara conciencia. Pero no había nada ahí que me indicara que no lo había hecho. Nada que me permitiera conservar la esperanza. La luz débilmente trataba de entrar por la ventana, una abertura sin salida, sin contacto con el exterior o con un contacto falaz, rodeada de material, de un material tan blanco que parecía mármol.
Mientras lo envolvía con mis brazos impotentes, me palmeó la espalada dos o tres veces. Fue como si un pájaro aleteara cerca de mí, apenas una caricia. Suficiente
En un susurro sigiloso le pregunté si estaba cansado.
Me miró y sin decirme nada, absolutamente nada, cerró los ojos.

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